Diputado Luis Correa (izquierda) y senador Zenón Torrealba (derecha)
La política partidista, por su propia naturaleza carnívora, ha arrojado a la historia de Chile varios episodios de enorme curiosidad y de los que hoy se habla escasamente, escondidos bajo mantos de vergüenza y del falso decoro, especialmente en la Cámara de Diputados del Congreso Nacional de Chile, donde la inexperiencia y el afán de figuración de los actores los traiciona con frecuencia, haciéndoles actuar movidos por el ímpetu o el descontrol.
Al respecto, sería más fácil encontrar información en una revista "Topaze" que en libros de historia, sobre todas estas sabrosuras: el disparo al cielo de Jorge González von Marées en el primer día de sesiones de la Cámara Baja, los cenicerazos de la Carmen Lazo contra sus adversarios o la vez que Mario Palestro advertía en un discurso a la derecha que pendía sobre sus cabezas "la espada de Pericles" (sic), sólo por mencionar algunos hitos.
Empero, hay en un hecho especialmente trágico en este recuento, sucedido en ese mes de septiembre tan generoso en aportarle a nuestra historia fechas dramáticas, alrededor de las propias Fiestas Patrias; algo que vino a tener lugar en el Congreso Nacional de Santiago, ya en los estertores finales del primer gobierno de Arturo Alessandri Palma y casi como símbolo anticipado de lo que iba a ser el fin de la República Parlamentaria.
En 1923, el comerciante y empresario Luis Correa Ramírez contaba ya con 52 calendarios de vida y había logrado el cargo de diputado tras las reñidas elecciones parlamentarias realizadas dos años antes. Representaba al Partido Demócrata, un conglomerado de discurso proletario integrante de la Federación de Izquierda y que vino a ser una suerte de ensayo para el surgimiento del socialismo partidista en Chile, aunque aún vinculado al aliancismo liberal pro-alessandrista.