
Nos guste o no, somos un país de curados, de ebrios. Suena hipócrita
hacerlo notar después de nuestra última entrada de texto, pero así
es... Nos sinceramos.
Volveremos a comprobarlo en la colita de días que le queda a este
mes de fiestas de Fin de Año. Llevamos el gen del placer de la
borrachera y lo pasamos como una posta malvada entre una generación
y otra. Cualquier mal momento se pasa con un trago; cualquier buena
noticia se celebra con la misma caña. Somos pececitos de una gran
garrafa-acuario: bebemos de nuestro propio medio, nuestro propio y
reconocido vino. Buenos y malos argumentos no faltan.
Ya basta de engaños,
señores: el decantado del mismo vino que nos da prestigio y reconocimiento
internacional ha sido nuestra perdición y será de seguro la borra final en
que se ahogará nuestro pueblo. Todo abstemio es un bicho raro en nuestra
sociedad y se le presumen traumas con el alcohol a cuestas, o cosas aún
peores. Por eso le tenemos una infinidad de nombres graciosos al estado de
la ebriedad, por lo bien que nos conocemos, como amigos de toda la vida:
andar cañoneado, guasqueado, penqueado, cufifo, guaraqueado, curado,
chicha, loco, curagüilla, chambreado, escabechado, fermentado, fudre, pipa,
empipado, copeteado, remojado, pasadito, enfiestado, con la mona, con la
caña, con la chispa, con la yegua loca, etc.