
El Puente de Palo, levantado sobre los bloques de las bases-arranques de los que habían sido los arcos del anterior Puente de Ladrillo, que alcanzan a distinguirse en esta imagen de 1870-1880, aproximadamente.
Coordenadas: 33°25'58.92"S 70°38'55.04"W (ex ubicación del puente aprox.)
Un lugar donde tanto el pueblo residente de los barrios ribereños de Santiago como los caprichos impetuosos e impredecibles del río Mapocho encontraron espacio para picardías y malicias humanas, llegando a hacer necesario instalar un vigilante de punto fijo sobre él (en beneficio de la buena conducta), fue la pasarela que existió allí sobre las ruinas del viejo Puente de Ladrillo, primero que tuvo el Mapocho e instalado precisamente encima del sistema de tajamares más antiguo que conoció la ciudad.
Le llamaban Puente de Palo, y aunque su historia fue opacada por la magnitud y la belleza del Puente de Cal y Canto, se trató de uno de los pasos históricos y más importantes que tuvo Santiago sobre el Mapocho, abarcando buena parte de su vida entre entre la Colonia y la República por más de un siglo de existencia. Por sus rasgos pintorescos, Ismael Espinosa lo comparaba con el famoso puente de madera de Lucerna, Suiza (el turístico Kapellbrücke), en su "Historia Secreta de Santiago de Chile":
"El puente de palo era, además, el pasaje obligado para dirigirse a las chacras de la Chimba, abundante en famosas cazuelas de ave y en exquisiteces criollas de toda especie. Por él discurrían también los padres de la Recoleta Franciscana, donde vivieron los dos santiaguinos por adopción que más se han acercado a la gloria de los altares: el Siervo de Dios fray Pedro de Bardeci, y el abnegado y milagroso fray Andresito".
A menudo, sin embargo, este puente es confundido con el también viejo pero posterior Puente de los Carros, situado hacia donde mismo está el que hoy lleva ese nombre entre los mercados del barrio, aunque ya en su versión metálica. El error es muy comprensible, sin embargo, cometido incluso por expertos y profesionales de estos temas que aquí tratamos de forma más ligera, pues son engañados tanto por el parecido de ambos puentes como por la proximidad que tuvieron los dos en este tramo urbano central del río Mapocho.
Cabe recordar algo, antes de continuar: un dicho popular declara con sorna que a alguien "le faltan palos para el puente" cuando se alude a su limitación de talento, razón o intelecto; cuando se queda en el camino o manifiesta incapacidades para concretar alguna tarea o algún desafío. Refleja una de las carencias más frustrantes de la ingeniería primitiva, sin embargo, al no poder consumarse un objetivo por falta de material, como la sociedad santiaguina quizá tuvo tiempo de aprender en el Mapocho con este singular puente de madera y sus mejoramientos por más de un siglo. Curiosamente, el Puente de Palo también fue reflejo de esta carencias.
Por algún tiempo, además, tal puente fue el único paso peatonal entre las dos orillas del Mapocho, por el lado de la Recoleta y cruzando todo su ancho. Según informa Benjamín Vicuña Mackenna en su "Historia Crítica y Social de Santiago de Chile", la versión "de palo" de este paso había sido levantada cerca de 1780, durante la breve administración de gobierno del Regente de la Audiencia don Tomás Álvarez de Acevedo, quien había sucedido interinamente a Jáuregui, entregando el mando a Ambrosio de Benavides a los pocos meses. Si nos asimos a este dato, llama la atención de que la construcción del mismo habría tenido lugar cuando ya había entrado en parciales funciones el Puente de Cal y Canto, a pesar de no estar concluido aún.

Reconstrucción del aspecto que pudo haber tenido el Puente de Ladrillo, sobre cuyas bases de arranques se levantó el Puente de Palo, su sucesor.

Puente de Palo, en el siglo XIX (c. 1870). Se ubicaba donde hoy está el Puente de la Recoleta y constituyó por sí mismo un paseo, especialmente por un concurrido restaurante en uno de sus extremos.
A mayor abundamiento, la primera pasada de Álvarez de Acevedo por la conducción de la colonia santiaguina iba a dar otro respiro de crecimiento y bienestar a la ciudad capital. La autoridad modificó también el sistema de cuarteles dentro de Santiago, dividiéndolo en cuatro secciones y creando, el 5 de septiembre de aquel año, una pequeña policía de serenos, además de hacer desaparecer los incómodos pretiles de la fea acequia de calle San Pablo y ordenar obras específicas en el Puente de Palo, esas que Vicuña Mackenna ofrece como las de su construcción.
Pero es preciso remontarse un poco en el tiempo, pues hay señales de que el Puente de Palo estaba habilitado desde unos años antes. Esto es sugerido por varios autores de temas histórico urbanos, como Carlos Peña Otaegui en "Santiago de siglo en siglo" y René León Echaíz en "Historia de Santiago".
El Puente de Ladrillo levantado hacia 1681 en la gobernación de Juan Henríquez, había sido reconstruido hacia 1717, quedando otra vez en ruinas en los tiempos que siguieron debido a una avenida de aguas turbulentas sucedida en abril de 1748, como señala J. Abel Rosales en "Historia y tradiciones del Puente de Cal y Canto". Por su falta tras desplomarse sobre el caudal, dice Claudio Gay en la "Historia física y política de Chile" que muchos santiaguinos debían cruzar a vado riesgosamente y que varios murieron en el intento, a causa de sus audacias, por lo que se hacía necesaria la reconstrucción cada vez que los turbiones lo arrasaron.
Del desastre de 1748, que también se llevó los pilares primitivos de aquel puente, sobrevivió sólo una parte de los cimientos y del tramo Norte del arruinado puente, los mismos que serían aprovechados después para elevar aquél en la versión de madera. Esto puede verificarse en las imágenes fotográficas que quedaron del Puente de Palo, en donde se distinguen aquellos cimientos y arranques de ladrillo, efectivamente.
Pero pasó un tiempo después de la destrucción del primer puente para que aquello sucediera. Así, estando la ciudad partida por la falta de puentes y obligados sus habitantes a cruzar precariamente sus aguas por endebles pasaderas, tiros de cuerdas o lomos de mulas, los sacerdotes recoletos franciscanos, a través del Padre Guardián, solicitaron una solución al Cabildo de Santiago desde 1762, según lo que observó León Echaíz en el volumen 974 del Archivo de la Capitanía General.
Luego de algunas dificultades, seguidas de gestiones y deliberaciones buscando este objetivo, la construcción del Puente de Palo debe haber comenzado poco después de este mismo período, por lo que la fecha de 1780 mencionada por Vicuña Mackenna corresponde quizá a una mejora posterior o al completado de obras de ampliación cuando ya estaba puesto en servicio. El Puente de Cal y Canto, en tanto, también fue concebido a partir de estas mismas necesidades y solicitudes.
Empero, si nos desprendemos de la fecha entregada por Vicuña Mackenna y suponemos que la construcción del Puente de Palo fue no mucho después de la solicitud hecha por los religiosos en 1762 pidiendo su habilitación, todavía en este escenario no parece haber una diferencia de tiempo realmente considerable con respecto al Puente de Cal y Canto, pues seguirían siendo ambos de orígenes contemporáneos. Puede ser, por lo tanto, que el Puente de Palo haya estado asociado en la percepción popular, en realidad, a la reconstrucción del antiguo y destruido Puente de Ladrillo, y que de ahí que fuera llamado Puente Viejo, por haber sido el primero que tuvo el río, a diferencia del Puente Nuevo que era el nombre dado al de Cal y Canto, como indica Peña Otaegui.
Por otro lado, este puente levantado enfrente de la Recoleta y sobre el anterior de ladrillo, tampoco era de material tan sólido como el gigante hecho por el Corregidor Luis Manuel de Zañartu, sino una muy modesta estructura de madera para transeúntes a pie. Era mantenido, en principio, por los vecinos del barrio chimbero, no obstante que era de gran utilidad para todos los santiaguinos.
Su nombre tan curioso, entonces, nace de la misma situación descrita sobre su fábrica: la estructura y materialidad que lo hizo pasar de ser un puente ladrillo a uno de palo. Derivaba también su apodo del aspecto que ofrecía y de los materiales usados, reconstruido enteramente de madera sobre los cimientos sólidos, y más tarde con techumbre y pilares también hechos "de palo", aunque su nombre oficial era Puente de la Recoleta. Si hubiese tenido rejillas, semejante construcción seguramente habría parecido un gran gallinero flotante.
Entrando en detalles sobre su construcción definitiva, se sabe que se reutilizaron los mencionados soportes pero colocándoles encima tablones de madera. Su superficie era toda "bruta", de horconería y maderas de viga, según registros realizados por entonces en el croquis del proyecto. La mayor parte de los materiales fueron vigas de madera de 8 y de 12 varas (57 y 12 unidades, respectivamente) y casi 90 horcones. Y a pesar del nombre, intervinieron también otros materiales en la obra: 500 carretadas de piedras de cerro y 20 cueros de vaca. Se concluyó con 22 postes y varias ramas en ambos accesos, para completar con ello la conexión directa sobre el río.

Vista de la segunda mitad del siglo XIX de los puentes del Mapocho, en fotografía de Emilio Garreaud, tomada desde la altura del Puente de Cal y Canto. Se observa más cerca al antiguo Puente de los Carros, y más atrás al Puente de Palo.

Hermosa imagen del acceso al Puente de Palo sombreada por un sauce, hacia 1870, publicada por Alejandra Rojo en el portal Enterreno Chile (clic aquí).

Pasarela y techumbre del Puente de Palo hacia sus últimos años en pie, según imagen publicada por Juan Uribe Echevarría en "El romance de Sor Tadea de San Joaquín sobre la inundación que hizo el río Mapocho en 1783".
El puente resultaba ser un resultado eficiente de casi improvisación ante la urgencia por reconectar La Chimba al resto de Santiago y, por supuesto, sortear la dramática falta de recursos de la colonia santiaguina. Era, por consiguiente, un típico producto de la ingeniería popular y creativa chilena: de esa misma que consigue soluciones con unos pocos más recursos que un vuelto del pan, pero que, a veces, también saborea la amargura de la imprevisión y de los desastres que eran evitables... Cuando "le faltan palos para el puente", exactamente.
Su entrada a la vida del barrio debe haber sido instantánea, tras ser dispuesto al uso. Sin embargo, su entorno no era para el lucimiento: en la ribera Sur del actual barrio había enormes potreros convertidos en basureros, que se extendían justo por donde hoy está el Mercado Central hasta la orilla misma del río, provocando un problema sanitario que varias veces intentó ser resuelto. Entre otras ideas, se quiso trasladar este vertedero hasta la ribera Norte justo en la proximidad del Puente de Palo, a la entrada de la avenida Recoleta. Ya en 1792, el Presidente Jáuregui había dispuesto de tres botaderos oficiales para frenar la acumulación de basura, destinando a tales efectos el sector del antiguo Tajamar de Gatica, el lado Norte de las rampas laterales del Puente de Palo que había frente a la Recoleta, y también en el ya abandonado círculo de la plaza de toros de la ribera mapochina en el mismo botadero, que para entonces estaba en ruinas.
Y al igual que sucedía en los arcos del Cal y Canto, el Puente de Palo fue escenario de encarnizadas peleas a pedradas protagonizadas por los niños del lado Sur del río contra los de La Chimba, como recordaba don Vicente Pérez Rosales en sus "Recuerdos del pasado", describiendo sus propias correrías allí con otros chiquillos cimarreros que, hacia 1814, peleaban contra los chimberos para decidir "quién quedaría dueño aquel día del puente de palo":
"En él y debajo de él, porque el río iba casi siempre en seco, nos zamarreábamos a punta de pedradas y de puñetes hasta la hora de regresar a nuestras casas, lleno el cuerpo de moretones y la cabeza de disculpas, para evitar las consecuencias del enojo paterno, aunque siempre en vano, porque el palo del plumero nunca dejaba de quitarnos de las costillas el poco polvo que nos habían dejado en ellas los mojicones".
La historia del encantador puente, sin embargo, transitó por un período de decadencia, hacia principios de aquel siglo XIX. No habría sido sino hasta producida otra nueva avenida del río, en 1827, que se decidió reconstruirlo de manera más estable y regular que el anterior, con las características más arriba descritas, aunque siendo siempre "de palo". Durante estos trabajos, encargados al entonces famoso vecino chimbero don Miguel Dávila y concluidos en 1829, se redescubrieron los estribos del antiguo puente colonial de ladrillo y que habían servido de bases para el que lo reemplazó, observándose que todavía conservaban el arranque de los arcos originales. Así, valiéndose de ellos, se reforzó la nueva estructura de madera dándole un nuevo interés para los paseantes del sector que lo hicieron su favorito, cuando llegó a él la mencionada techumbre y su caseta de vigilancia.
Peña Otaegui describe que el techado sombreador recorría al puente en toda su longitud, algo que se observa también en las imágenes que quedaron del mismo. Esto, sumado a las arboledas que se le instalarían bajo su pasarela, lo convertiría en un lugar de gran atracción y bien protegido para los paseantes. Su caseta de vigilancia (también de madera), llegó allí para evitar los actos delictuales o los comportamientos reñidos con la estricta moral de la época, probablemente protagonizados por parejas jóvenes.
Aunque el barrio era popular desde su origen, por estar conectado a La Chimba antigua y luego a las plazas de comercio, el Puente de Palo llegó a ser, en su mejor momento, uno de los paseos más cotizados de la alta sociedad santiaguina y anexo a la principal Alameda de los Tajamares, con una interesante vida propia que podremos reconocerle todavía en tiempos republicanos.
Sus extremos estaban en dos plazas muy sociales de entonces, además: del lado de La Chimba, desembocaba sobre la Plaza de la Recoleta enfrente de la Iglesia de la Recolección Franciscana, mientras que por el Sur, lo hacía sobre la Plaza de las Ramadas de la calle homónima, actual Esmeralda, famosa por su actividad recreativa y folklórica. De acuerdo a Sady Zañartu, en su "Santiago calles viejas", esta pequeña plazoleta estaba rodeada de casas coloniales, sirviendo de parada a los caballos y de descanso para los transeúntes, como estación de reposo. Había nacido de unas obras de ensanchamiento del terreno junto a los malecones, en el siglo XVIII, correspondiendo hoy a la Plaza del Corregidor Zañartu junto a la Posada del Corregidor (la ex "Filarmónica" de Diego Portales y los estanqueros, según la leyenda), y después se convirtió en escenario de algunas de las primeras presentaciones teatrales de la República.
Como paseo diurno y nocturno, entonces, el Puente de Palo compitió con el Cal y Canto por cerca de 40 años. Llegó a ser habitual ver transitar en él al ministro Diego Portales y a su hermano Miguel, ambos de camino hacia La Cañadilla, como indica Carlos Lavín en "La Chimba", agregando:
"Los chimberos estaban habituados a ver pasar en su birlocho acompañado del hermano precitado y su sempiterno amigo Manuel Cavada. La excursión dominguera la comenzaba -cuando no estaba dirigida al fundo el Rayado- en el Puente de Palo, entrando por el Camino del Salto (Av. Recoleta) para descansar en la casa de su hermana y seguir en seguida por esa vía hasta un callejón transversal (calle Olivos) y pasar a la Cañadilla, deteniéndose más largamente en la finca de los Fúcar, hermoso vergel del cual persisten plantaciones en la Avenida de la Independencia frente a la Avenida del Panteón".

Detalle del "Plano de situación y proyecto de canalización del río Mapocho", del ingeniero Valentín Martínez, en 1888. Se observan las diferencias del trazado aquí mostrado con el que actualmente tiene el sector, como en el lado de la Cárcel Pública y en la calle Mapocho (donde se abrió después avenida Balmaceda), además del terreno de la Estación Mapocho que llegaba hasta calle Puente según el plan original. También se observan las posiciones que tenían (de izquierda a derecha) el Puente de Ovalle, el Puente de Cal y Canto, el Puente de los Carros y el Puente de Palo.

Dibujo del reportero gráfico Melton Prior, publicado en "The Illustrated London News" del 5 de octubre de 1889, registrando el paisaje del Mapocho en plenas obras de canalización. Se reconoce al magnífico Puente de los Carros y alcanza a verse, a la izquierda, parte del Puente de Palo, que corría paralelo más arriba. Los trabajos de canalización del río estaban en plena ejecución.
Ya en sus últimas décadas, concurría a través de este puente el público de la quinta-restaurante ubicada en su entrada por el lado de Recoleta, establecimiento que representó un importante centro de recreación para la aristocracia, especialmente entre los años 1840 y 1850. De ahí puede deberse el que, requiriendo algo de mínima elegancia, haya sido mejorado el puente con su techo entoldado. David Ojeda Leveque, en un artículo de la revista "En Viaje" ("Av. Recoleta", edición de julio de 1961), dice que este restaurante era propiedad de un estimado ciudadano español de esos años, en cuya puerta de entrada había colocado un cartel con el siguiente mensaje para los comensales:
Vamos llegando
Vamos comiendo
Vamos bebiendo
Vamos comiendo
Vamos pagando
Vamos saliendo
El artista y viajero francés Ernest Charton retrata al puente hacia la misma época, en la obra titulada "El Paseo del Puente de Palo". En ella se ven los álamos y sauces que contorneaban gratamente el paso peatonal sobre el río, en su dirección hacia la Plaza de la Recoleta. La mencionada casucha del personal policial del puente, en tanto, quedó exactamente al medio del mismo, según la descripción que hace en 1872 de él Recadero S. Tornero, en el "Chile ilustrado".
Ése era, entonces, el aspecto y el momento existencial del Puente de Palo, aquel funesto día que nos arrebató al Cal y Canto y a los demás pasos históricos del río, el 10 de agosto de 1888.
Para inicios del Gobierno de José Manuel Balmaceda, los puentes más céntricos del río Mapocho eran cuatro, de oriente a poniente: el Puente de Palo (coincidente más o menos con el de la actual Recoleta), el Puente de los Carros (del servicio de tranvías), el Puente de Cal y Canto (en donde está el Puente La Paz, aproximadamente) y el Puente Ovalle (peatonal que conectaba a la población chimbera del mismo nombre desde la calle Teatinos). Sin embargo, con los primeros trabajos de canalización del río Mapocho ejecutados entre 1888 y 1891, se quiso reemplazarlos con un paso nuevo llamado Puente de San Antonio, alineado con la calle homónima, pero que no tardó en convertirse un tremendo fiasco de ingeniería obligando a construir los puentes metálicos que allí se instalaron después.
Como la canalización dejó al lecho del Mapocho mucho más estrecho de lo que originalmente era (en los tiempos coloniales, la ribera Sur debió llegar casi hasta la proximidad de la actual calle Ismael Valdés Vergara), quedó condenado al desmantelamiento el Puente de Palo, que a la sazón tocaba aún la cercanía de la plazuela de la actual Posada del Corregidor y caía sobre una tal Calle de Chorrillos que aparece anotada así en el plano del ingeniero Valentín Martínez, director de las obras.
Sin embargo, los antiguos puentes cayeron heridos de muerte antes de concretarse aquel proyecto de canalización del río, en medio de un gran turbión ocurrido en 1888, en plenos trabajos en el cajón del Mapocho. Por consiguiente, la destrucción del Puente de Cal y Canto no fue la única pérdida que hizo llorar al río en aquel entonces.
Sucede que, siendo seguro que el puente no llegó a conocer el final de la canalización, las versiones sobre la fecha exacta y las razones de su destrucción sin más reconstrucciones posteriores, no coinciden en todas las fuentes disponibles. Según Gonzalo Piwonka en "Las aguas de Santiago de Chile. 1541-1999", por ejemplo, el Puente de Palo encontró su último capítulo en otra violenta crecida del río en 1877, que lo destruyó y lo arrastró con sus aguas poniéndole fin a su historia en la ciudad. Pero el cronista Justo Abel Rosales, presente en los hechos que ejecutaron al Puente de Cal y Canto, había aclarado ya que su final fue en esa misma crecida de 1888, tragado por las aguas furiosas.
Como testigo y contemporáneo, entonces, nos fiamos con certidumbre del relato de Rosales. Además, esto se verifica en otros hechos, como que el puente alcanza a aparecer en los dibujos del reportero gráfico Melton Prior retratando la actividad de canalización del río, de modo que no habría razón para dudar que fuera entonces cuando desapareció, en este período de trabajos y de riadas, y no antes. Nos inclinamos a creer, por ende, que el Puente de Palo fue restaurado tras la destrucción de 1877, pero volvió a perecer y esta vez en forma definitiva en 1888.
Aunque hoy el Puente de Recoleta corresponda a uno doble (dividido en las denominaciones Puente Fray Andresito, aludiendo al franciscano candidato a santo, y Puente del Abasto, alusivo a los mercados de abastos de La Vega), la ubicación que se le dio está más o menos en la que ocupó el desaparecido Puente de Palo, aunque en un ángulo distinto, inclinado en la dirección opuesta en su desembocadura de la ribera Sur, para conectar con el Parque Forestal y la calle San Antonio.
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