
Chuicas y chuicos, enormes botellas de vino otrora
forradas en mimbre, son un símbolo de la rica actividad vitivinícola
nacional y de las costumbres más arraigadas en nuestros rotos y huasos.
Alguna vez fueron de sagrada presencia en las fiestas de fin de año,
precisamente en el tránsito de festejos en que nos encontramos por estos
días.
Han estado en Chile desde los tiempos coloniales y, si no, desde la
conquista. A falta de vidrio, se las hacía inicialmente de cerámica,
pero forradas en una canasta de mimbre que les da su aspecto
característico. La llegada de las tecnologías de fundido y soplado de
botellas permitió hacerlas de vidrio como las originales europeas,
aunque su función siempre permaneció en nuestro país ligada al
almacenamiento de vinos y chichas, además de piscos y aguardientes.
Los
españoles, sin embargo, las denominaban damajuana, nombre tomado del
que los franceses usaban para esta clase de botellas, en alusión a la Reina
Juana, la Dame Jeanne. La historia mezclada con leyenda señala que,
tras buscar refugio en una aldea de Grasse mientras iba de camino a
Draguignan, en el siglo XIV, la reina fue a mirar a un artesano del poblado
que hacía botellas sopladas. Ante su presencia, éste decidió inflar una de
enormes proporciones, quizás para lucirse ante la soberana, y la bautizó en
su honor como reine-Jeanne, forrándola en mimbre tejido para aumentar
su resistencia. Sin embargo, la propia reina le pidió que fuera llamada
mejor dame-Jeanne... Es decir, damajuana.
Esta
explicación sobre el origen del nombre de la damajuana desmiente un
mito popular chileno, que vinculaba la denominación de estas botellas a una
relación con la Primera Dama doña Juana Aguirre Luco, esposa del Presidente
Pedro Aguirre Cerda, que asumiera en 1939. Por su nexo con la industria de
la producción de vinos, Aguirre Cerda era llamado "Don Tinto", por lo
que doña Juana pasó a ser la "Dama Juana", según esta historia. Sin
duda que esta asociación de la Primera Dama con la damajuana
fácilmente habrá existido durante el Gobierno del Frente Popular, pero, como
hemos visto, esta picardía es de tiempos más recientes y no puede ser el
origen del nombre de las botellas referidas.

La intensa industria de frabricación colonial de tinajas y botijas para
almancenamiento y transporte de aguardientes o vino, pudo haber tenido una
importante influencia sobre la tradición posterior de las chuicas y
damajuanas (dibujo de Rafael Alberto López en 1929).

Ilustración de Guamán Poma de Ayala en su "Nueva Crónica y Buen Gobierno",
mostrando hacia 1615, en plena Colonia, la existencia de chuicas con tejido
de mimbre entre los indígenas encomenderos y mayordomos del Perú al servicio
de los conquistadores españoles.

Chuicos con artística cobertura de mimbre y doble asa rodeando las boquillas
de vidrio. Se puede advertir que su aspecto no ha variado mayormente desde
las mismas botijas con cesto que se utilizaban en tiempos coloniales. Imagen
publicada por una edición de la revista "En Viaje" de 1961 (Santiago de
Chile).
Internacionalmente, se reconocen a las damajuanas como todas las
botellas que superan el tamaño tradicional de las que se comercian en el
mercado regular del menudeo. Preferentemente, son producidas en un
característico vidrio verdoso, pues era el color en que se hacían antes las
botellas para evitar que la luz ambiental afectara al contenido de la misma.
Sin
embargo, la costumbre ha establecido algunas diferencias específicas entre
estos tipos de botellas y las denominaciones que reciben, aunque con alguna
tendencia a la confusión:
-
El botellón es la botella de más de 1 litro pero menos de los 5 litros de la garrafa. Comparado con chuicas y damajuanas, su irrupción en el comercio es más bien novedosa, todavía. Algunos le llaman impropiamente chuico en nuestros días. Esto es un error, pues la característica del chuico es el canasto de mimbre que la envuelve, y que en este caso no existe. Otros les llaman "garrafines".
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La chuica (así, en género femenino) es la denominación que en Chile se le da de preferencia a la garrafa tradicional, forrada en una canasta de mimbre (o plástico, más modernamente), con uno o dos mangos que rodean el cuello del envase y cuyo contenido suele ser de 5 litros, no obstante que existen algunas garrafas de 3 litros y otras de más de 5. Algunos también llaman chuicos a estos envases, aunque es más común reconocerlas como chuicas.
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Comúnmente, se llama chuico o damajuana a la botella o envase que supera los cinco litros. Como en los casos anteriores, se da por entendido que su contenido es vino, pipeño o chicha. Los 10 litros son el promedio de estos contenedores, aunque existen algunas antiguas de 7 y 8 litros, y otras de 12 o más. También se les llama garrafones.
-
Las botellas de 10 litros o más, curiosamente suelen ser llamadas en Chile como damajuanas a secas y muy rara vez chuicos. Sólo en algunas partes del campo se rompe esta regla. Por su peso, no llevaban el mango de mimbre que sí tienen chuicas y chuicos, pues requieren necesariamente de ambos brazos y mucha energía para ser manipuladas. Es muy raro encontrar ejemplares de este tipo, ya que su tamaño es una limitante para el transporte y la seguridad del producto, además de ser menos convenientes que las barricas de madera para el almacenamiento.

Una cantina de principios del siglo XX, en fotografía de Harry Grant Olds
perteneciente al archivo fotográfico del Museo Histórico. Nótese la chuica o
garrafa forrada en mimbre colocada sobre la mesa de los dos rotos.

Enormes chuicos o damajuanas siendo llenados con vino por un trabajador de
una planta. Fotografía publicada en la revista "En Viaje" de abril de 1945
(Santiago de Chile).

Garrafas antiguas aún utilizadas como contenedores de vino. Forradas en
rústico tejido de mimbre y con mangos laterales, a diferencia de las más
comunes en Chile con mangos rodeando el cuello de la botella. Imagen tomada
del website picadas.bligoo.com.

Aviso de oferta de damajuanas publicada en el diario "El Mercurio" del 27 de
diciembre de 1902, en la proximidad del Año Nuevo, cuando no podían faltar
en las fiestas.

Bebiendo en la propia bodega, entre barricas y damajuanas, al fondo. Imagen
de principios de los años setentas, publicada en "Comidas y Bebidas
chilenas", de Alfonso Alcalde.
Los
chuicos y las damajuanas fueron parte del paisaje comercial de
la ciudad de Santiago y de otros rincones de Chile, por varios siglos.
Además de los barriles y las tinajas de vino y chicha,
las fondas y las chinganas capitalinas solían arrinconar cientos de
litros de alcohol para los comensales en innumerables envases de este tipo,
hasta bien avanzado el siglo XX aún.
Los
cantineros tenían sus propios procedimientos y estilos para levantar con
elegancia tan enormes botijas y apuntarle con precisión de joyero a las
jarras o a los vasos de caña, como sucede todavía en algunos lugares de
nuestro país. Al final de cada jornada, los rotos cuequeros se las echaban
al hombro para beber directamente de la boquilla.
Violeta Parra popularizó una canción en ritmo de refalosa titulada
"El Chuico y la Damajuana", que escribiera como poema su prodigioso hermano
Nicanor. Decía su letra lo siguiente:
El chuico y la damajuana
después de mucho quejarse
para acabar con los chismes
deciden matrimoniarse.
Subieron a una carreta
tirada por bueyes verdes,
uno se llamaba chicha
y el compañero aguardiente.
Como esto pasó en invierno
y había llovido tanto
tuvieron que atravesar
un río de vino blanco.
En la puerta de la iglesia
se toparon con el cura
que rezaba los misterios
con un rosario de uvas.
Como no invitaron más
que gente de la familia
el padrino fue un barril
y la madrina una pipa.
Cuando volvieron del pueblo
salieron a recibirlo
un fudre de vino blanco
y un odre de vino tinto.
Como estaba preparado
y para empezar la fiesta
un vaso salió a bailar
valses con una botella.
La fiesta fue tan movida
y dura duración
que según cuenta un embudo
duró hasta que se acabó.

Publicidad de una importante y conocida viña nacional, con su respectiva
garrafa al lado de la botella de vino, publicada en mayo de 1966.

Colección de chuicos y garrafines, en el bar-restaurante "El D'Jango" de
calle Alonso Ovalle, cerca de Serrano.

Garrafas en la distribuidora "El Pipeño", de calle Tocornal con Biobío.

Damajuana gigante: 50 litros de pura chicha, también en "El Pipeño".
Sin
embargo, el avance de los procesos de industrialización de la actividad
vitivinícola chilena que nos enorgullece, fue volviendo innecesarios a estos
envases, haciendo que su producción se redujera progresivamente. La
apariencia de abundancia de estas garrafas en chicherías y casas
provinciales no es tan real: su industria de fabricación se ha ido
reduciendo, y en algunas zonas del país las que existen son las mismas que
han estado allí por 30 años o más, sin mucha renovación de ejemplares.
De
acuerdo a las quejas de productores vitivinícolas que hemos conocido en
Cauquenes y El Maipo, la
irrupción de los vinos en caja y los botellones se llevaron casi todo
el romanticismo de estas piezas de rústica belleza. Sólo las garrafas
o chuicas siguen siendo producidas más masivamente, por necesidades
comerciales a las que no se ha podido renunciar aún, como por ejemplo la
venta mayorista del vino pipeño para los bares y restaurantes de la ciudad.
Las otras van en reducción, según parece.
Con
los chuicos y las damajuanas que antes fueron comunes en
Chile, cada vez más cerca de quedar convertidas en sólo un recuerdo, las
piezas que han de quedar al alcance de la admiración no son más que las
sobrevivientes de la extinción masiva que ha afectado a este especie,
entonces. Algunos comerciantes las solicitan a pedido a ciertas vidrierías,
de hecho, pues la producción es baja. Por eso, además, están siendo
cotizadas hoy en día, por anticuarios y por decoradores que las consideran
objetos de ornamentación.
Esperamos
que esta interesante industria de vidrios y mimbres, tan relacionada con la
cultura vinícola nacional, no desaparezca, por supuesto, y que su caída
productiva se estabilice en algún momento, antes de aproximarse a la temida
posibilidad de la extinción.
Mi abuelo tenía una botillería en Maipú. Allí acudían los curaditos del barrio a servirse su cañazo. Para facilitar el servicio, las garrafas (5 litros), estaban montadas sobre un soporte metálico batiente, que permitía escanciar el líquido con facilidad a la clientela. Aún recuerdola línea de garrafas alineadas sobre el mesón de la botillería "El Alto", en Pajaritos casi esquina Central
ResponderBorrar¡Salú!
Que no se pierdas nuestras radiaciones y costumbres
BorrarMaravillosos recuerdos Chile vertidos en el querido chuico. Quiero que brindemos entonces por todos esos brindis, para que no extignan JAMÁS!
ResponderBorrarSalúd.
Eso, anónimo que no se pierdan jamás. Viva Chile muerda!!
BorrarEso, anónimo que no se pierdan jamás. Viva Chile muerda!!
BorrarMuy buen registro, valioso aporte a todos quienes trabajamos inmersos en las costumbres de nuestro pueblo. Gracias por el texto, voy a compartirlo. Salud!!!
ResponderBorrarFelicidades por el valioso aporte, muy bueno el texto y los registros. La canción de Violeta sobre El chuico y la Damajuana la aprendí en mi infancia y aún la recuerdo.
ResponderBorrarGracias por el aporte, es valioso para quienes valoramos las costumbres y su permanencia en el tiempo.
Salud!!!
Kennya Comesaña Vera,
Valparaíso.-
Muy interesante, agradecido de mi parte. Pero estos envases están en franca retirada. Cada vez se usan menos. Lástima.
ResponderBorrarMuy interesante, agradecido de mi parte. Pero estos envases están en franca retirada. Cada vez se usan menos. Lástima.
ResponderBorrarQue linda cancion
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